La identidad de la literatura arequipeña está ligada a los albores libertarios del siglo XIX. Mariano Melgar es, en ese sentido, un referente obligatorio, pues con la calidad de su lírica, con su ejemplo vital y con su atención a los temas y modos de la tierra trazó la línea que orientaría la creación literaria en su ciudad natal. A mediados del siglo XIX, las voces poéticas de Benito Bonifaz, Manuel Castillo, José Mariano Llosa, Ignacio Gamio, entre otros, otorgaron prestigio a las letras arequipeñas. A fines de ese siglo, la novela Jorge, el hijo del pueblo (1892), de María Nieves y Bustamante, en la línea de Víctor Hugo, en opinión de Luis Alberto Sánchez, nos daba en su interesante «Introducción», algunas señas preciosistas de la Ciudad Blanca.
Mariano Lorenzo Melgar Valdivieso, Poeta y revolucionario independentista peruano.La poesía se encamina hacia el magisterio vibrante de Manuel González Prada, y surgen los poemas llenos de ideas y conceptos de Jorge Polar, filósofo y jurista, autor de Arequipa.Descripción y estudio social (1891), cuya afirmación: «Años se ha batido Arequipa bravamente para conquistar instituciones libres para la Patria. No se nace en vano al pie de un volcán», sintetiza el sentimiento que inaugurara Mariano Melgar y que, de una u otra forma, está presente en la literatura arequipeña del siglo XIX y buena parte del XX; y la voz romántica de Francisco Mostajo, caudillo popular, quien critica abiertamente el tono imperante y propugna sin conseguirlo, los aires vitales del modernismo en sus Pliegos al viento de 1908
El siglo XX impone el ritmo y el desenfado característico de los jóvenes. En ese ámbito aparece el Grupo El Aquelarre, con aspiraciones netamente modernistas. Sus representantes conforman una generación variopinta, pero con una misma inquietud de cambio. Están en sus filas: Percy Gibson, César Atahualpa Rodríguez, Federico Agüero Bueno y Renato Morales de Rivera. Este grupo arequipeño, especie de «colónidos» (del grupo Colónida de Lima, que fundó Abraham Valdelomar en la década del 10), al que se suman los destacados poetas Alberto Guillen y Alberto Hidalgo este último un vanguardista que no ha recibido aún el reconocimiento que merece, asume un lenguaje más libre, alejado ya de la retórica imperante romántica. Su filiación estaría más cerca de algunas nociones vanguardistas.
La tertulia se organiza en los salones, y el talento de los poetas de la época son reseñados magistralmente no por un arequipeño, sino por Abraham Valdelomar, quién evoca una velada de 1910 en el artículo «El trono del sol. Notas de un viaje». El Conde de Lemos destaca en él a Percy Gibson autor de los versos del famosísimo vals Melgar, al que puso música Benigno Ballón, a quien invita a escribir en la revista Colónida.
En ésta Gibson llegó a publicar el poema «Evangelio democrático»
¡Yo soy arequipeño del cogollo,
valeroso, nervudo, de meollo/ volcánico,
fantástico, potente
y lo mismo que yo es cualquier criollo!...
Revista Colonida - Percy Gibson, «Evangelio democrático»
Por su lado, La torre de las paradojas (1926), de César Atahualpa Rodríguez, que rinde homenaje a su tierra natal, tanto como su «Canto a Arequipa» (1918), marcan la pauta de ese orgullo regionalista al que nos hemos referido al comienzo. A este grupo sucedió el que representaron Mamuel Gallego Sanz, los hermanos Jorge y Xavier Bacacorzo y Guillermo Mercado (1904-1983), este último, poeta que se inicia dentro de indigenismo y que publicara, entre otros libros, Oro del alma (1925) Un chullo de poemas (1928) y Canto a Sachaca (1940). La prosa tuvo su máximo exponente, en la primera mitad del siglo XX, en la figura de Augusto Aguirre Morales (1888-1957), quien dejó como prueba de su maestría la novela El pueblo del sol (cuyo primer torno es de 1924), la cual logró resonancia continental. Entre sus obras destacan Flor de ensueño (1906) y Devocionario (1913), poemarios, y La justicia de Huayna Cápac (1919), novela.
Hombre de letras y periodista, Aguirre Morales trabajó en los diarios Universal y La Crónica. Entre sus contemporáneos están Juan Manuel Osorio y Juan Manuel Polar. Más tarde, Arequipa también produciría a un notable crítico literario, reconocido internacionalmente, Enrique Cornejo Quea (1936-1996) quien aplicó con agudeza el concepto lo de «heterogeneidad» en los estudios literarios latinoamericanos. Nacido en Arequipa en 1931, Oswaldo Reynoso dio a conocer, en 1961, «Los inocentes, relatos», y en 1964, la novela «En octubre no hay milagros, que han tenido múltiples re ediciones. Dueño de una prosa de aliento poético, posteriormente ha publicado El escarabajo y el hombre» (1970), «En busca de Aladino» (1993) y «Los eunucos inmortales» (1995). Pero, sin duda, el arequipeño más renombrado en el campo de las letras es Mario Vargas Llosa (1936), premio Nobel de literatura en 2010 y autor entre otros textos de La ciudad y los perros (1964), La casa verde (1966), La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del Chivo (2000) y la inspirada en la vida de Flora Tristán, El Paraíso en la otra esquina (2003).
ESTOS UNOS DE LO MAS RECONOCIDOS LITERARIOS AREQUIPEÑOS:
MARIANO MELGAR
Breve y tocada por el infortunio fue la vida de Mariano Melgar, el joven poeta y músico arequipeño encendido por un amor sin tregua por la mujer de sus sueños, Silvia. Poeta y tañedor por excelencia del «yaraví», combatiente por la independencia nacional, cayó abatido por las balas realistas triunfantes, después de la batalla de Umachiri, el 12 de marzo de 1815.
Un hálito romántico y de inteligencia superior rodea a Mariano Lorenzo Melgar, desde sus primeros años. Nacido el 12 de agosto de 1790, del segundo matrimonio de su padre, don Juan de Dios Melgar y Sanabria, con doña Andrea Valdivieso y Gallegos, vivió con sus ocho hermanos de padre y los diez de padre y madre en la antigua calle de Santa Teresa, casi flanqueada por los templos de Santa Marta, Santa Teresa y San Pedro. El espíritu familiar, el ambiente pacato de la Arequipa de entonces y tal vez su propia inclinación inicial, le llevaron tempranamente a la carrera sacerdotal. Pero el espíritu liberal iba invadiendo su corazón, y tímida y medrosamente dejó un día los acordes sacros para ensayar una muy tenue melodía profana de su inspiración.
Inclinado hacia la música, Mariano Melgar abandonó la carrera sacerdotal y dejando el órgano sonoro al que arrancaba notas dedicadas a Dios, pulsó la guitarra, la primera guitarra que le regaló su amigo Pascual Arias, para dar rienda suelta a un amor, al más apasionado amor por una mujer, cuyo nombre ni siquiera se atrevió a mencionar en sus versos de desesperación y desconsuelo.
Cruzando el rumoroso río, en una casona secular, vivía María Santos Corrales, prima de Melgar, la Silvia de su inspiración y fuente de su amargura sentimental. Los primeros escarceos amorosos calaron tan hondo en el corazón del joven ex seminarista, que todo su impulso vital se dirigió hacia la mujer amada; y música y verso brotaron de su inspiración juvenil, para cantarle.
DEÁN VALDIVIA
Símbolo permanente de Arequipa, Juan Gualberto Valdivia, más conocido como el deán, simboliza la pasión terca, nacionalista y libertaria del espíritu arequipeño. Primerísima figura en la turbulenta etapa de las revoluciones de Arequipa. Su oratoria llega al nivel del pueblo, al que arrebata con su ira santa. En 1856 fue elegido diputado por Arequipa a la Convención Nacional. Fue uno de los fundadores y presidente de la Academia Lauretana. Fundó el colegio nacional de la Independencia Americana, del cual fue director en 1827 y 1844. Contribuyó a fundar la Universidad de San Agustín de Arequipa, asumió cátedra y ocupó el rectorado en dos oportunidades. El deán Valdivia nació en la humilde caleta de Cocotera distrito de Tamboallá por el 12 de julio de 1796. Murió el 12 de diciembre de 1884. Tres años antes, al cumplir 85 años de edad, la ciudad de Arequipa le tributó un gran homenaje.
FRANCISCO JAVIER DE LUNA PIZARRO
Entre la pléyade de hombres ilustres formados por el obispo Pedro José Chávez de la Rosa, fue figura prominente Francisco Javier de Luna Pizarro. Maestro y hombre público, cuya personalidad sobresale con propios caracteres en los albores del Perú independiente. En el primer congreso de la República ocupó el encumbrado cargo de presidente, destacándose como gran orador y profundo patriota. En 1800 se graduó de abogado, y desempeñó cátedra y el vicerrectorado del seminario de San Jerónimo. En España fue capellán del presidente del Consejo de Indias y al regresar al Perú fue incorporado al cabildo de Lima. El virrey Abascal le hizo rector de San Femando. Durante su vida religiosa fue deán, obispo de Alalia y arzobispo. El Partido Republicano le tuvo como jefe, lo que le valió destierros y persecuciones. En 1834 desempeñó la cátedra de Hacienda.
JOSÉ GREGORIO PAZ SOLDÁN
Tenía veinte años de edad cuando escribió, siendo profesor del seminario de Arequipa, un Tratado de derecho canónico, que llamó poderosamente la atención. De inteligencia brillantísima y gran erudición, Paz Soldán se constituyó en uno de los más prominentes personajes de la época, como jurista, hombre público, periodista combativo y maestro. Fue varias veces ministro y magistrado. En 1864 presidió el Primer Congreso Americano de Lima, imponiendo su nombre entre las grandes figuras. Como periodista combativo trabajó intensamente en el periódico La Bandera Bicolor.
EVARISTO GÓMEZ SÁNCHEZ
Su empecinado esfuerzo tuvo brillante culminación con la fundación de un foco de ilustración y cultura como fue la Academia Lauretana, en 1822. La Academia, de la cual formaron parte los más ilustres hombres de la época, fue la base para la Universidad de San Agustín. Gómez Sánchez fue varias veces elegido diputado y llegó a ser vocal de la corte suprema. Falleció en agosto de 1841.
MARIANO EDUARDO DE RIVERO
Nombradla internacional tuvo el sabio arequipeño Mariano Eduardo de Rivera, nacido en 1798, quien después de cursar estudios en Inglaterra presentó a la Academia de Ciencias de París su hallazgo de una nueva especie mineralógica que denominó humboltina. Desarrolló una permanente labor de fomento de la minería e industrialización del país y ha dejado abundantes trabajos que describen sus investigaciones científicas.
FRANCISCO GARCÍA CALDERÓN
A los 26 años de edad publicó su Diccionario de la legislación peruana, obra en la que reveló su notable erudición. Fue, además, maestro de frenología, fisiología, matemáticas, astronomía y derecho. La Real Academia de la Lengua lo nombró socio correspondiente. Como político asumió la presidencia de la República en los difíciles años de la guerra con Chile, siendo llevado prisionero a Santiago por su inquebrantable decisión en defensa de la integridad nacional, en la que nunca claudicó. En verdad, fue un «presidente mártir».
FRANCISCO MOSTAJO
«Hasta cuando elogia, Mostajo parece que agrediera», se ha dicho de ésta, una de las más populares figuras de la Arequipa literaria y combativa, cuya personalidad desbordante llena casi medio siglo. Mostajo nació el 3 de octubre de 1874 y desde joven su actividad intelectual cubrió los cauces de la historia, la poesía, el periodismo y la política. Su nombre está íntegramente ligado al caudillaje en Arequipa y su fogosa oratoria inflamó muchas veces al pueblo y lo condujo a estallidos libertarios; porque Mostajo fue un ardoroso defensor de la libertad y del Derecho y fundador del Partido Liberal. En 1931 fue llamado a ocupar la cartera de Justicia. Compuso poemas, narraciones, fue catedrático, crítico literario y en la magistratura alcanzó el rango de vocal. Mostajo murió el 27 de marzo de 1953, recibiendo entonces muy alto y merecido homenaje de su pueblo.
VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE
Arequipeño nacido el 15 de setiembre de 1883. Maestro, diplomático, periodista, escritor y hombre de Derecho, Belaunde llena toda una etapa de la historia diplomática del Perú, llegando a ser representante del Perú ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Profundo católico, poseedor de un patriotismo del que hacía gala, era, además, ferviente demócrata. Su actividad cultural fue muy vasta, siendo honrado por numerosas entidades nacionales e internacionales, que le solicitaron su colaboración. En 1931 fue elegido representante a la Constituyente por el pueblo arequipeño. Su obra escrita es múltiple destacando, entre otras publicaciones, La realidad nacional, Meditaciones peruanas, etc. Cuando desempeñaba la delegación del Perú ante la ONU, le sorprendió la muerte el 14 de diciembre de 1966.
JUAN LANDÁZURI
Ex arzobispo de Lima y primado del Perú. Nació en Arequipa el 19 de diciembre de 1913. Después de hacer sus estudios secundarios, ingresó en la Universidad San Agustín de Arequipa para estudiar Derecho, cursando el primer año de Letras. Abandona sus estudios para seguir su vocación religiosa ingresando en 1932 en la orden de los frailes menores, en la provincia misionera de San Francisco Solano. En 1939 fue ordenado sacerdote en Ocopa. Viajó luego a Roma doctorándose en Derecho Canónico en el Ateneo Pontificio Antoniano, con la mención «summa cum laude».
Hasta 1951 fue provincial de su orden en el Perú, y luego definidor general para América Latina en la curia generalicia de la orden en Roma. En 1952 fue preconizado arzobispo coadjutor y el 24 de agosto del mismo año fue consagrado en la catedral de Lima. En 1954 fue elegido vicario capitular de la arquidiócesis de Lima.
En 1956 creó la Misión de Lima, para auxilio de las barriadas, y la Oficina Nacional de Educación Católica; dio su actual organización a Cáritas del Perú. En 1962 S.S. Juan XXIII lo nombró cardenal. En 1959 convocó y presidió el XVII Sínodo Arquidiocesano de Lima, que contiene una valiosa documentación eclesiástica; en 1967 organizó la misión conciliar de Lima y entre 1968 y 1979 asistió a múltiples conferencias episcopales, especialmente las de Medellín y Puebla. Su trayectoria y prestigio le merecieron en repetidas oportunidades ser designado como legado papal en los congresos eucarísticos nacionales.
Fue condecorado con la Gran Cruz de la Orden del Sol del Perú; Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort de España; la medalla de oro de la ciudad de Arequipa, entre otras. Además, diversas universidades le concedieron el doctorado honoris causa. Su carisma personal le había granjeado el cariño de la población, por lo que su deceso, ocurrido el 16 de enero de 1997, causó honda consternación. Sus funerales, celebrados con toda pompa, convocaron a multitudes.
NICOLÁS DE PIÉROLA
Pequeño, nervioso, ágil, la frente despejada, la mirada firme, rápida en la concepción y en la actuación, primer auténtico conductor de multitudes en nuestra historia política, don Nicolás de Piérola, el Califa, es el abanderado de la lucha por la democracia, el derecho y el respeto a la ley.
Cuando el héroe de la Breña, Andrés A. Cáceres, mal aconsejado, trata de perpetuarse en el poder (1894), el Califa enarbola la bandera de la subversión y el 18 de marzo de 1895 irrumpe con sus guerrilleros en Lima, por la puerta de Cocharcas, apoderándose de la ciudad, quedando más de mil muertos en las calles, en la más violenta lucha callejera que recuerda la historia nacional.
«Piérola en la casa de Pizarra enseña que en apenas cuatro años de gobierno es posible levantar desde sus escombros un país en derrota, moralizar la administración pública, desterrar la adulación y el servilismo, poner en orden las finanzas, modernizar las instituciones armadas y enseñarles los límites estrictos de la alta misión que desempeñan en guarda del cumplimiento de las leyes y de la integridad del territorio» (Enrique Chirinos Soto).
Nacido en Arequipa, el 5 de enero de 1839, en el seno de una familia profundamente religiosa que lo indujo a seguir estudios en el seminario de Santo Toribio, donde llegó a vestir hábitos, fue el sostén de sus hermanos cuando, a la muerte de su padre, quedaron en la pobreza.
En 1860 deja el seminario, se dedica a actividades comerciales y se gradúa en la facultad de Derecho con una tesis sobre «El deber y la soberanía».
Poco después funda el diario conservador El Tiempo, desde el que ataca a Pezet.
A la caída del gobierno de Pezet, Piérda se dedica nuevamente al comercio, hasta que urgido por el entonces presidente José Balta acepta desempeñar la cartera de Hacienda en 1869.
El éxito de su gestión le abre las puertas de la fama y comienza a gestarse el caudillo de ímpetu arrollador en el corazón de las multitudes. Tiene condiciones para serlo. Espíritu de organización, audacia, don de mando, rebeldía y una pasión incontenible en su acción para crear en el país un auténtico espíritu democrático y de responsable respeto a la ley.
«Esas características de su personalidad lo hacen ‘conspirador impertinente’ entre 1872 y 1879; dictador egolátrico en 1880 frente a la tremenda responsabilidad de dirigir a un país invadido y vencido; peregrino en Europa y en Estados Unidos hasta 1883; perseguido y ‘fuera de la ley’ hasta 1894; caudillo triunfante en 1895; estadista eficaz en 189599, cuando se presenta, en relación con la dictadura, como si en la Grecia clásica de Alcibíades se hubiera convertido en Pericles; patriarca, santón y oráculo hasta 1913; su vida fue un luchar constante sin asustarse ante los obstáculos presentados por la naturaleza, o por las circunstancias, o por sus poderosos enemigos» (Jorge Basadre).
Después de su formidable triunfo en Lima en 1895, donde con sus guerrilleros entró a sangre y fuego en Lima, en medio de la neblina y de una lluvia de balas, Piérola realiza un gobierno de renovación y de progreso en todos los órdenes de la vida nacional. Al concluir su mandato, se niega a escuchar a quienes le aconsejan que se mantenga en el poder y cumple el mandato constitucional entregando la presidencia de la República a su sucesor legítimo. Víctima de las intrigas políticas, hostilizado por sus enemigos y desengañado, el Califa muere en Lima el 23 de junio de 1913.